28 de julio de 2009
Ayer fui con mi madre a mirar el traje de novio. Resultado…. Una desagradable sensación de paripé, de manipulación comercial injustificada en lo que debe ser un día alegre y, si me permitís la expresión, espiritual.
Los trajes de novio son muy, muy caros. Demasiado. Para un traje que te vas a poner sólo este día, o que usarás muy raramente, es totalmente incoherente gastarte un pastón -que no tengo- en mitad de una época en que un gran número de familias tiene a todos sus miembros en edad de trabajar en el paro.
De nuevo, las convenciones sociales nos arrastran hacia lo que creo que está siendo unos de los motores de la falta de valores de esta sociedad en la que decimos vivir: el consumismo por el consumismo.
Y por otro lado, yo no necesito sentirme especial o jugar a ser lo que no soy durante ese día. Quiero que el día de nuestra boda le pueda ofrecer a Raquel una persona coherente, honesta. Quiero que el día de nuestra boda a Raquel le espere en el altar Lucio, no un Lucio disfrazado de algo que no es.
Al final, compraré un traje. Pero un traje rebajado, un traje que no me suponga un trauma moral –económico sí, pero aceptable- un traje que me vista, no que me disfrace.
Me niego rotundamente a gastarme los 300 leuros que pedían en una tienda de las que estuvimos. Y por supuesto, los 600 que costaban en las “Rebajas” de El Corte Inglés.
El día de mi boda iré adornado con tres cosas fundamentales: la compañía de Raquel, la ilusión por empezar esta vida en común y la confianza que nos da la fe.
El resto es superfluo.
martes, 28 de julio de 2009
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