lunes, 12 de marzo de 2007

Reflexión cuaresmal

El mundo, la sociedad, el trabajo, los estudios, los amigos, las relaciones de pareja, las fiestas con los amigos, todo marcha a una velocidad inusitada.

Todo marcha a un ritmo vertiginoso, demasiado, demasiado rápido. Literalmente vamos “a pijo sacaó”.

Vivir así, lamentablemente, tampoco es decisión nuestra. Nos vemos metidos en este estilo vida porque el mundo en el que estamos “montados” se mueve así.
Todo, todo parece ir demasiado rápido. Queremos Internet más rápido, aprender más rápido, ser felices en seguida, satisfacciones inmediatas, y, en parte, este estilo de vida es mareante.
Quizá el estilo de vida que llevamos condiciona nuestra percepción y nuestro concepto de la religión. A lo peor, queremos una salvación en cable adsl, o una intimidad con Dios sin preludios.
A veces, cuando miramos de reojo nuestro grado de satisfacción con la idea de vida que teníamos, nos da por pensar que las cosas podrían ir mejor. Decimos que nuestra fe está en un momento de bajón, que Dios nos ha abandonado o que “estamos en el desierto”. Y el desierto nos da miedo: por la soledad, por el frío y el calor, por el hambre y la sed, y, por supuesto por el miedo a la muerte.
Sin embargo, cuando la gente ha querido, de verdad, sin miedos y sin tapujos escuchar a Dios ha parado. Se ha marchado al desierto, ha abandonado, literalmente todo lo que estorbaba, incluída la comida y el vestido. Y esto se ha hecho así durante generaciones, durante milenios, desde que el mundo es mundo.

Es lo que comúnmente se llama romper la baraja. Porque un grito surgirá del desierto. Un grito que anuncia nuestra Salvación.

Y esta Cuaresma nos ofrecemos la posibilidad de romper la baraja...

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