sábado, 15 de septiembre de 2007

Maderuelo 2007: Sábado por la mañana.

Recién levantados, y una vez desayunados, nos acercamos a la panadería de Ayllón, a encargar pan para el grupo de Toledo y nosotros mismos. No os imagináis la cara de la chica cuando le pedimos ¡10 PANES DE PUEBLO! Hasta tuvo que llamar al horno para ver si nos lo podían servir y todo.....

Una vez encargado el pan y desayunados, nos fuimos al hotel a vestirnos. De paso, teníamos que comprobar que Virginia y Luis estuvieran vivos y despiertos. Una vez vestidos, y percatados de que el siglo XII iba apoderándose de nuestra forma de hablar y de pensar, decidimos aprestarnos, ya que todavía teníamos que recoger las viandas que prontamente habíamos encargado esa mañana.

La sorpresa que se anunciaba en la cara de la dueña de la taona nos confirmaba lo que ya sospechábamos. Algún extraño conjuro nos había hecho vivir en un mundo y una época que nos era tardía. Extraños carruajes sin caballos, infernales luces y alforjas de un material diabólico nos rodeaban por doquier.

Pero una grandísima sorpresa nos esperaba en la puerta del Hostal. Allí, aparcado en toda la puerta, estaba el carruaje en que la hueste toledana acababa de llegar. Helio nos estaba esperando en la taberna de nuestra hospedería, para intercambiar chanzas y la crónica de su azaroso caminar, sobre todo cuando tuvieron que cruzar la Oscura Tierra del Reino de Madrid.

Ya vestidos, bajamos a reunirnos con la hueste de la imperial ciudad, y bajo el mando del Capitán Martín Muñiz, nos dirigimos raudos y decididos a Maderuelo.

Llegados a Maderuelo, nos revistimos con nuestras cotas de mallas, almofres, yelmos, sobrevestas y armas (jarrrr, nuestras armas, por fin). Las damas venían ya vestidas de Ayllón, y nos aprestamos a cruzar a la puerta de la muralla. Fue dejar atrás todo temor y toda tristeza. Nuestros corazones saltaban en el pecho de la alegría que nos causaba el haber vuelto a la tenebrosa época de la historia en que debimos nacer.

La primera parada, tras cruzar el arco y dejar atrás el cepo de ajusticiamientos, fue la taberna del Tío Toninos (como no podía ser de otra forma). El olor a carne haciéndose a la brasa y el sordo funcionar el alambique fueron suficientes motivos como para detenernos aquí. Degustamos ricas viandas de la tierra de Segovia, acompañadas de un buen vino tinto, que nos repuso del pronto despertar. Los taberneros nos pidieron a cambio la voluntad, y Rakel, la encargada de la bolsa, les dejó cinco maravedíes, en reconocimiento a la hospitalidad con que nos veníamos regalados.

Una vez repuestos, y pasando junto al bazar donde se vendían multitud de utilidades y abalorios, llegamos a la Plaza, donde multitud de amigos esperaba el reparto del botín que la milicia había atesorado en sus correrías contra los moros. Saludamos a Don Diego, entre otros, de la Mesnada de las Tres Estrellas, y vimos en la algarabía a Don Rodrigo, de la Hueste de los Lara, y otros muchos.

Había retornado ya la milicia concejil y se aprestaron a repartir el botín, según ordena el fuero de la Villa. Se resarció a las viudas, a los caballeros quebrantados y que hubieran perdido armas o animales al servicio de Maderolis, con escasa satisfacción por parte de éstos.

Una vez hecho el reparto, se procedió a armar y hacer funcionar el almajeneque, como ejercicio militar y para divertir a la turba allí congregada para la ocasión.

Impresionados por tan mortal aparato de guerra, nos dirigimos a satisfacer el hambre, dirigiéndonos al Alfoz, regentado por el adusto caballero de Maderuelo Alberto Carnicero.

Coincidimos y compartimos yantar con el Dunadán y la hueste del Reino de Murcia, que venían a buscar gloria y honor. Don Alberto nos informó que para la tarde se esperaba tuviera lugar una escaramuza de armas junto a la Ermita donde se conservan la Vera Cruz donde murió Nuestro Señor para la salvación de nuestras almas. Nos conjuramos para asistir a tal hecho, y a morir si fuera necesario por defender la villa que también nos estaba acogiendo.

Pero antes, nos dirigimos a Ayllón a reposar y a recuperar nuestras cansadas fuerzas para la tarde que se prometía aún más intensa que la mañana de aquel sábado que la historia recordaría siempre.

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