domingo, 2 de septiembre de 2007

Maderuelo 2007: Volviendo al siglo XII.

Primera jornada (Viernes): Llegada a Ayllón.


El último fin de semana de agosto, Rakel y yo nos cogimos el coche y nos pusimos en marcha a cumplir un añejo sueño de ambos: visitar un pequeño pueblo de Segovia y participar en la fiesta recreacionista que allí se celebra.


Para ello, pasamos meses preparando el equipo, alimentando ilusiones, intentando hacer coincidir vacaciones. Una buena cantidad de horas, de decepciones, de ilusiones recobradas, de dinero... se han quedado por el camino para ser sustituidas por la enorme satisfacción y la emoción de haber vuelto, durante unos poquitos días, al siglo XII.

Es verdad que la nuestra no fue una recreación "pura" como la que llevan a cabo grupos tan relevantes como Fidelis Regis, Leo Crucis, o la Mesnada de las Tres Estrellas, claro. Pero es que Rakel y yo teníamos claro que a esta recreación queríamos asistir no como un grupo que vive y respira el medievo hasta el extremo de emular la forma de comer, vestir, dormir y sentir hasta donde se pueda.

Símplemente queríamos disfrutarlo a nuestra manera, más light, menos purista, quizás, y "jugar" a ser un simple soldado cualquiera y su compañera campesina de esa época en la que debimos nacer.

El viernes nos pusimos en marcha a media mañana, tras llenar el coche con todos nuestros trastos. Fue un viaje muy tranquilo. La circulación por la carretera estaba bastante bien, y no tuvimos mayores complicaciones hasta llegar a Madrid. Nos despistamos y cogimos la M-45 en lugar de la M-50, pero no fue mayor el problema. Sólo nos retrasó unos minutillos. Lo peor fue un peazo de retención a la salida de Madrid, pero que solucionamos con un poco de paciencia.

Tras salir de Madrir, nos detuvimos a comer en un pueblo, "de cuyo nombre no quiero acordarme", donde nos cobraron muy bien la comida. Pero hay que decir que la comida estaba muy buena y que el comedor del hotel era muy bonito.


Llegamos a Ayllón, a eso de las seis de la tarde, y tras registrarnos en el hotel y subir los trastos a la habitación nos fuimos a ver el pueblo. Qué pasada, que bonito, que incursión tan inesperada en el ayer.

Nos alojamos en el pueblo por recomendación de Helio (mi maestro de esgrima deportiva, ya hablaremos luego de él) y de Pepe, el Teniente de la Sala Alicantina de Esgrima Antigua, y fue un idea genial. Está a unos 15 Kms. de Maderuelo, pero vale la pena el ratito de carretera, de verdad. No se hace nada pesado el viaje. Vamos a ver imágenes de Ayllón, que merece la pena.


Lo primero que nos encontramos fue el arco, que da acceso al pueblo, a través de la muralla. De inicio, te recibe esta portada, que estuvimos mirando un rataco, alucinando.



Luego, nos esperaba la Plaza del pueblo, bonita como pocas que hallamos visitado. La iglesia románica, el ayuntamiento, la fuente, las galerias, las flores.... iban conquistando nuestros sentidos y alimentando nuestra ilusión.

Tras disfrutar la plaza, queríamos subir al Castillo ¡Por supuesto!
Pero las iglesias, las callejuelas, las casas blasonadas, los conventos, los jardines, y todo llamaba nuestra atención y nos obligaba a paranos cada dos por tres, a hacer fotos, a señalar con el dedo detalles o simplemente a contemplar en silencio la belleza que la historia produce.

Por fin, llegamos al Castillo. Sólo quedan los restos de una torre del mismo, pero es impactante. Desde ella se intuye el tamaño de la fortaleza, por los escasísimos restos de murallas y los surcos del suelo, que se podrían recorrer dejando volar la imaginación.


Pero aún nos quedaba otra sorpresa por vivir. Desde el Castillo vimos el monumento señalado con el número 8 en el mapa que un amable chaval de la oficina de turismo del pueblo nos había facilitado. La iglesia de San Juan, o mejor dicho, los restos que de ella quedaban. Reconstruida de forma particular para albergar una exposición de arte brut, nos atrajo hacia ella como imantados por algún conjuro extraño, mágico, visceral.

Esta iglesia es románico-gótica, ya que estos estilos son los que se conjuntan con ella y con la naturaleza. Es impresionante, apaciguadora y atemporal. Que pasada. Que conjunción de historia y naturaleza. Que descubrimiento.






Y al acabar nuestra visita al pueblo que nos acogía, tras un café como Dios manda en uno de sus bares, junto a la Iglesia, nos dirigimos a Maderuelo. Rakel confíaba extrañamente en mi instinto de orientación, bastante más que yo. Pero el caso es que con la caida de la tarde, llegamos, POR FIN, a Maderuelo.


Cruzar la puerta que da acceso al interior de las murallas fue algo especial, como cuando te levantas el día de Reyes y encuentras bajo el árbol el regalo que llevabas medio año diciendo "me lo pido" (una espada y un escudo, si no recuerdo mal, jejejejeje).


No había nadie vestido aún de época medieval. El atardecer era oscuro y pesado, y sin embargo, nuestro ánimo era el de dos niños pequeños que llegan a su particular Euro-Medievo. Recorrimos el pueblo deprisa porque nos impacientaba verlo todo cuanto antes. Al día siguiente, ya lo veríamos más tranquilamente, como saboreándolo. Nuestra sensación, esta noche, era la de dos peregrinos que encuentran un oasis en medio de un desierto. Había que beber deprisa, para sobrevivir.



Nos encontramos con los integrantes de Leo Crucis, que estaban montando su campamento, y bajamos a saludarles con la alegría de quien encuentra a los primeros amigos en una fiesta inesperada. Julio aprovechó para darme mi broquel, hecho por él. Y mi alegría subía, subía, subía. Por cierto, Julio es un armero fantástico, y mi broquel, una pasada.


Una vez que nos despedimos de los Leo Crucis, terminamos de recorrer el pueblo, en busca de un lugar donde cenar. Al final, a Los Templarios. Oye, cosa fina, fina. Una comida deliciosa, y el entorno, para qué contarlo.... como si retrocediéramos todos esos siglos que nos sobran en nuestro diario vivir. Tomamos ensalada y confit de pato, y de postre, chocolate.

Ummmmmmmm!!!!

La cuenta iba en consonancia con la calidad del sitio, pero lo dimos por bien empleado. Joder, eran nuestras vacaciones y había que disfrutarlo. Al salir, caía una lluvia no torrencial, pero sí fuertecita, que nos obligó a Rakel y a mí a correr hasta el coche, protegiéndonos BAJO EL BROQUEL, como si de un paraguas se tratase. Una vez dentro (del coche, no del broquel) nos secamos con la toalla que siempre llevamos en el maletero y pusimos rumbo a Ayllón. Al coger el puente me acordé de los Leo Crucis, que estaban montando su tienda y rezé un segundo porque no se mojaran esta noche.


Pero me tenía que concentrar en la carretera, angosta, oscura y lloviendo. Tardamos en llegar una media hora cuando esa carretera se hace bien en quince minutos, pero llegamos.



Llamamos a Luis y a Virginia que venían desde Alicante y acababan de parar en Madrid a cenar. Calculé que les quedaba una buena hora y cuarto larga y nos acostamos, con el móvil encendido, para que nos pudieran llamar, ya que la recepción del hostal cerraba y yo me quedé con la llave de su habitación.


No recuerdo a la hora que llegaron, pero tras un abrazo y unas palabras, nos fuimos todos a dormir. Lo bueno, empezaba al día siguiente.

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