El fin de semana del 9 y 10 de agosto, un servidor y Pepe nos embarcamos en la aventura (y así fue, una verdadera aventura) de subir hasta la Feria Medieval de El Ferrol. El viaje fue bueno hasta pasar Madrid, pero una vez que lo dejamos atrás y paramos a cenar empezaron las dificultades. En primer lugar, el coche empezó a dar problemas, a pararse, a perder revoluciones. Tanto es así que hasta la Guardia Civil nos paró a interesarse por nuestra marcha.
Después nos perdimos miserablemente en nuestro camino (esas carreteras gallegas) y tardamos casi catorce horas en alcanzar nuestro destino. Casi muertos de cansancio llegamos a las ocho de la mañana al puerto del Ferrol, donde dormimos una hora en el coche, desayunamos y nos pusimos a montar el campamento. De ahí y hasta las dos de la noche no pudimos descansar, dado el apretado programa que tuvimos que seguir: Pasacalles, Tiro con Arco, Demostración de técnicas de combate y Juicio de Dios. La gente fue muy agradable y nos mostraron su entusiasmo y agradecimiento al terminar nuestros pases con sus amables palabras, sus saludos y sus peticiones para fotografiarse con nosotros.
Al terminar, encargamos un par de platos para llevar al campamento a cenar y ¡sorpresa! ¡No teníamos cubierto! Pues nada, como buenos medievales que somos, comimos con nuestros puñales y nuestras manos los exquisitos manjares que nos habíamos agenciados: Zorza y calamares. Por cierto, deliciosos.
Domimos poco, ya que al día siguiente abríamos a las once de la mañana y teníamos desfiles a las doce. Luego, tiro con arco, demostración de técnicas de combate; por la tarde, desfile, tiro con arco, otro Juicio de Dios y un pasacalles con Pepe de reo asustando a la gente.
Entonces, nada más terminar, se puso a llover, se nos mojó todo el material, se empapó la tela de la tienda… un rollo. Tras guardar los yelmos, escudos, espadas y partes de armadura como pudimos, nos fuimos a cenar y a reponernos. Al acabar, como la lluvia ya se había ido, recogimos el campamento y nos fuimos a dormir.
La vuelta fue casi tan accidentada como la ida, tanto que casi tenemos un grave accidente en la M-50. Gracias a Dios, no llegó a pasar nada. Llegamos a casa diez horas después, agotadísimos. Ahora, a limpiar el material, a darle a la lija para quitar el óxido que nos produjo el chaparrón.
Y a prepararnos para la próxima aventura!!!
Para el recuerdo, quedan las caras de ilusión de los niños, las preguntas de los interesados, las sonrisas, la compañía de Pepe, las palmadas en la espalda de los que contemplaron los espectáculos, la niña que vino a vernos disfrazada de mosquetero….. esas cosas que hacen que estas aventurillas merezcan realmente la pena
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