viernes, 22 de mayo de 2009

Preparando nuestra boda. Cursillo prematrimonial( y 4)

Bueno, pues ayer tuvimos la suerte de que nuestro ponente en la charla –que no sabemos exactamente a cuál correspondía de las que están programadas- fuera, ni más ni menos que Javier.

Javier es el cura al que le hemos pedido que nos case. Así que, antes de hablar de la charla, hablaremos de él.
Javier ha sido mi cura de referencia durante toda mi vida. También ha estado presente en la de Raquel, aunque en menor medida. Javier es un cura escolapio de Gandía, que vino un tiempo a Albacete a trabajar y aquí se ha quedado con nosotros. De vez en cuando se nos escapó a Castellón, a Valencia, a Nicaragua, pero siempre ha vuelto.

Javier es el máximo exponente de aquel anuncio de una tónica que decía “la odias o la amas”. Pues eso. Con Javier no hay medias tintas. Es como es y le queremos por eso. Por eso y por todo lo que nos ha enseñado. Él es el que nos ha enseñado a ser felices, creo yo. Cuando tuve que pasar la experiencia de la diálisis, fueron sus palabras las que me apoyaron a la hora de afrontarlo. Cuando tuve mi peor crisis existencial, de nuevo fueron sus enseñanzas las que resonaron en mi mente para devolverme la esperanza (que pasó por volver a servir a los jóvenes con mis palabras y mi historia). Ha sido el que me ha enseñado a vivir la fe con alegría. A darme cuenta que tengo una historia y que esa historia es la que me ha ido forjando como persona. Y también a aceptarme y a quererme como soy, no a pretender cambiarme o a vivir amargado.

La charla fue una disertación psico-pedagógica que yo –concretamente- le habré oído en mil ocasiones. Ay, Javier, Javier.
Y siempre aprendo algo nuevo. Era muy, muy interesante, sobre la necesidad de entender que en la pareja no somos “medias” naranjas, si no personas completas que se entregan en esa plenitud de cuerpo y alma, libremente y por su propia voluntad. No porque esperemos que la otra persona nos pueda hacer felices sino para aprender a ser felices juntos.

Nos habló del componente psicológico de la persona, de las necesidades que cada uno debe tener cubiertas para alcanzar la satisfacción mental –seguridad, afecto y valoración- y de los peligros que implica no alcanzarlos, de la frustración vital que esa insatisfacción conlleva, y de cómo puede afectar a nuestra vida en pareja.

Dijo muchas cosas, pero me queda con una en especial. “Una pareja no puede estar mirándose continuamente el uno al otro –eso es de tontos-, si no que deben mirar los dos en una misma dirección: tener un proyecto común de vida”.

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